Perfiles
[ Volver ]Jordi Bianciotto: 'Explicar la música con palabras es algo muy loco y complejo'
25/07/2020 - Yanni Munujos / NoticiasClave.net
A nadie debe sorprenderle que este cronista musical nos informara del último concierto en Barcelona a veinticuatro horas del estado de alarma, y del primero en celebrarse mientras desescalábamos. Y es que solamente una pandemia consigue que Jordi Bianciotto falte a su cita nocturna con la música en directo.
Se interrumpieron bruscamente los regresos a horas tardías del Palau Sant Jordi, el corre corre a teatros y salas, las búsquedas de cocinas abiertas en la ciudad una vez agotados los bises en las plateas y las posteriores crónicas de madrugada entre las torres de discos y más discos, en su estudio, frente al ordenador. Se esfumaron las conferencias de prensa diurnas, así como la publicación prevista para marzo (ahora ya en la calle), de su último trabajo, 'El libro de Estopa', que firma después de una larga colección de charlas en complicidad con el dúo de Cornellà.
Tímido en el trato y expansivo en la escritura, Jordi pertenece a esa estirpe de unos pocos a los que el lector consulta con un ¿qué ha dicho Bianciotto del concierto de ayer?, algo logrado desde la bondad del que durante décadas ejerce y ama al periodismo y su ética.
Elegante en las formas y en el sentido del humor, habla desde la convicción de quien escribe con rigor al servicio de la información, y con el placer del convivir a diario con ese sueño de adolescente, cuando a los catorce años y ante la estupefacción de algún profesor, afirmaba querer ser periodista musical.
—Pasado el estado de alarma y confiados en que la rueda de la música giraba poco a poco en positivo, de nuevo la incertidumbre se apodera del sector.
—Este retroceso en el área de Barcelona en pleno mes de julio ha sido un revés que no me esperaba, lo reconozco. Hemos pasado unos días de angustia con la música en directo, que finalmente se ha salvado en cierta medida. Solo cierta, porque muchas actividades han quedado suspendidas y las salas, las pocas que se habían aventurado a abrir, han tenido que volver a cerrar pese a cumplir, y me consta, con las medidas sanitarias de un modo riguroso. Es importante trasladar el mensaje de que los conciertos son lugares seguros siempre y cuando se cumplan las condiciones requeridas, lo cual es el caso. Lo han dicho abiertamente epidemiólogos como Clotet o Trilla. No es una opinión caprichosa ni interesada.
—Desde unos meses atrás, los hábitos no son los mismos. ¿En qué se ha visto modificado su rol de periodista musical?
—A los que nos dedicamos a informar de lo que ocurre en los escenarios, la desaparición literal de la actividad durante casi tres meses, nos afectó mucho. En contrapartida la situación ha estimulado la imaginación, la creatividad y el abordar la información desde otros puntos de vista. Han sido tiempos extraños en los que la relación con la actualidad que generalmente es muy intensa, se ha relajado. Frente al desierto, hubo que reinventarse y tirar de ingenio. En las primeras semanas dominó la tendencia del mirar atrás y hacia dentro de uno mismo. Hubo una ola de artículos sobre canciones de confinamiento. Se escribió mucho sobre discos y figuras esenciales de la historia de la música, de aniversarios, de hitos y de trayectorias ejemplares. Buscábamos información atemporal, incluso algo evasiva, que marcara distancia con lo que estaba sucediendo.
—¿Le ha resultado difícil?
—Novedoso. A la vez que laborioso. En algunos momentos he tenido la sensación de trabajar más intensamente que antes.
—¿Cómo vive esa intensidad? ¿Le gusta ser periodista musical?
—Siempre quise hacer este trabajo. Me parecía algo fascinante. Excitante y mágico. Con los años me doy cuenta de que en la adolescencia me apasioné al mismo tiempo con el mundo de la música, con el del pop y el rock, que con la lectura de artículos sobre música. El recuerdo más feliz que tengo de mí mismo y con 16 años es escuchando discos y leyendo al mismo tiempo artículos, críticas y entrevistas de aquellos a los que escuchaba. Me fascinaba. Ambas cosas eran complementarias y disfrutaba con ambas a la vez.
GUSTOS PREPUNK
— Cuando el periodista al que a usted le gustaba leer hacía una mala crítica del disco al que usted le gustaba escuchar? ¿con qué se quedaba?
—Había un equilibrio tenso entre una cosa y la otra.(sonríe). A los 14 años mis entonces incipientes gustos musicales de esa época eran grupos de hard rock considerados dinosaurios como Led Zeppelin o Deep Purple. Mi revista de cabecera era Vibraciones, muy influida por un punk rompedor que comportó un cambio de relato en la historia del rock. Así que mis gustos eran prepunk y la revista, propunk. Recuerdo incluso indignarme leyendo cómo desde su óptica tachaban a mis referentes en ese momento de antiguos, virtuosos y pretenciosos. Pero aun creándome cierto conflicto, seguí el hilo de la revista porque quienes escribían en ella lo hacían muy bien. Con fundamentos y argumentación sólida. Sus contenidos me interesaban. Me resultaba atractivo. No desconectar de Vibraciones y su marco mental musical más asociado al momento, contribuyó a que se me abriera un mundo nuevo de grupos que representaban una visión del rock completamente distinta.
—En la actualidad y desde hace muchos años le leemos a diario en las páginas de El Periódico de Catalunya, donde le ficharon a mediados de los noventa.
—Mi sueño siempre fue formar parte de la redacción de un periódico. No fue un fichaje al uso. La implicación fue gradual. Poco a poco. Paso a paso y de manera progresiva. Es maravilloso percibir hoy la misma sensación que el día en que llegué a El Periódico, la de estar en el lugar correcto. El seguimiento exhaustivo del día a día cultural, los despliegues informativos en los grandes eventos musicales, las portadas y contras dando relieve incluso a estrellas no globales, así como los suplementos —completísimos— que han acompañado la edición en los distintos ciclos de su recorrido, tienen un enorme valor. Tengo la suerte de escribir en un medio abierto a tendencias y fenómenos que aún con el paso del tiempo, mantiene una sección de Cultura y Espectáculos que goza del mismo relieve que las distintas áreas informativas del diario y que forma parte de su ADN.
—¿De dónde nace la necesidad de dar su opinión en la música?
—No creo que tenga tanto que ver en el explicarlo en primera persona como quizás en el formar parte en algún modo de aquello sobre lo que uno escribe. No quisiera parecer pretencioso pero Oscar Wilde decía en 'El crítico como artista' que el arte se completa con la mirada ajena, que incluso el análisis de la obra forma parte de su recorrido y en ocasiones la culmina. Cabe la posibilidad de que humildemente haya algo de eso en el dedicarme a escribir.
—Vaya un poco más lejos. ¿Qué es lo que más le gusta de su oficio?
—El desafío que supone explicar la música con palabras. Llevar la música al terreno de las palabras es algo muy loco y francamente complejo. La música es abstracta y terriblemente subjetiva. Frente a un disco ¿cómo explica uno con palabras los sonidos, las texturas, los ritmos, los millones de connotaciones que posee una canción, su cadencia y su aura? Intentar transmitir todos estos elementos en palabras es prácticamente imposible. pensándolo bien ¡hay que ser un poco inconsciente! (se ríe).
—Leíamos a Jorge Drexler en una entrevista suya en El Periódico en pleno confinamiento, afirmar que ‘la música señala el camino hacia las cosas esenciales’ y que el encerrarse le llevó a reencontrarse con su mapa de referentes. Usted también habrá escuchado mucha música.
—Es cierto que como Drexler, durante el encierro, algunos artistas con los que hablé experimentaban una necesidad de regresar a los puntos esenciales que a uno le dan seguridad. A ese anclaje personal en la existencia de cada uno y a su vinculación con la música. En mi caso no fue tanto el reafirmar aquello que ya conozco. Durante las semanas más duras pasé madrugadas profundizando en la obra de gente como Harry Nilsson o Joni Mitchell. Recuerdo noches intensas escuchando discos de Bola de Nieve, Mina y Jacques Brel.
—¿Y su anclaje personal en la música?
—Raramente escucho mis discos de David Bowie, Lou Reed, Neil Young o Bruce Springsteen ¡y son mis referentes clásicos! Nombres clave junto a Van Morrison, Tom Waits y Dylan. Musicalmente yo soy hijo de la cultura pop y rock de las últimas seis décadas. Son muchos años escuchando música. Y aunque llegaron después, añado a la lista a New Order y a Pet Shop Boys, a los que considero unos genios del pop.
También a Kate Bush, la primera mujer a la que admiré musicalmente cuando siguiendo a un mundo muy masculino apareció ella, desbordando imaginación y con un talento brutal. Y ya en los ochenta me introduje en la corriente de las músicas del momento como el pop independiente, y en carriles que me llevaron por ejemplo a R.E.M. o al rock alternativo de Pixies, un grupo con estructuras de canciones muy imprevisibles que resultaban muy innovadores. En los noventa salió una nueva ola de referentes, como Björk, PJ Harvey o la escena de Bristol.
—Hábleme de firmas del periodismo musical escrito a las que sitúa también entre sus referentes.
—Son unas cuantas. Me formé leyendo muchísimo a Diego A. Manrique, al que considero el periodista musical enciclopédico por excelencia. Me gusta también la ironía en la escritura de Ignacio Julià. Representa una aproximación y una mirada al periodismo distinta a la mía ya que mi campo visual quizás es más extenso mientras que él se circunscribe en áreas concretas con mucha profundidad. Lo considero brillante.
En mis primeros años de lector me impresionó la intensidad de las crónicas de Oriol Llopis. ¡Y después Patricia Godes! Punta de lanza en la difusión de las músicas negras —el soul, el funk, la música disco— en las páginas de una prensa que en los ochenta que era muy roquera, muy blanca y anglosajona. Y en otro orden, Jordi Sierra i Fabra, que cuando yo empezaba a leer prensa musical ya estaba retirado de las revistas, pero cuyos libros y enciclopedias fueron muy importantes en aquellos tiempos anteriores a internet y a la difusión de libros en inglés, cuando buscabas información desesperadamente.
EL RIGOR DE ROCKDELUX
—¿Rockdelux merece un capítulo aparte?
—Absolutamente. Y me considero parte de toda la escuela de la revista. Rockdelux representó siempre el rigor absoluto en la crítica y el enfoque del periodismo musical. Con un criterio jerárquico muy marcado y una opinión contundente, adulta, analítica, con acidez, sutileza e ironía a la vez. Tanto Santi Carrillo como Juan Cervera, además de directores, son dos firmas capitales del periodismo musical moderno en España, por su genuina forma de describir la música y por el criterio reflejado en su revista durante tantos años y hasta las últimas consecuencias.
—¿Duele escucharle hablar en pasado de una revista esencial que después de tantos años echa el cerrojo. ¿La edición de prensa en papel tiende a desaparecer frente a la digital?
—La hegemonía en nuestros días de la prensa en papel como la conocíamos es irrecuperable. Existe una generación de periodistas bautizados en el paradigma de lo digital que conlleva lo inmediato, los titulares más efectistas, la exposición en las redes y el publicar lo escrito al momento. Y todos los que venimos de años en el papel estamos en disposición de adaptarnos al medio digital. Hace años que escribimos en ellos. Yo mismo seguramente tenga ahora más lectores en el mundo digital que en el papel. El problema de fondo es si el modelo industrial consigue adaptarse a las nuevas realidades con pautas económicas que logren rentabilidad. El reto de los periódicos ahora es el lograr el equilibrio entre la edición en papel y la digital.
—¿Cuál es el secreto de una buena relación entre periodista y periódico?
—Estar al servicio del periódico en el que escribes. Yo no sería nadie sin un periódico que comprara mis artículos, o si me dedicara a utilizar el periódico a la carta para escribir sobre mis gustos y mis caprichos. Le apetezca o no a uno, cuando se trata de informar sobre un concierto u otro, o entre escribir sobre quien que congrega a trescientas personas o hacerlo sobre quien congrega a quince mil, el periódico tiene la última palabra.
—¿Y la suya?
—Existe un diálogo en el que yo propongo temas a escribir que generalmente son bien recibidos. Incluso conciertos manifiestamente minoritarios que el diario considera que debe cubrir. Un medio generalista debe estar atento a los acontecimientos populares, que llegan al gran público, y también a las manifestaciones más minoritarias pero que pueden ser significativas, innovadoras o influyentes. Todo ello forma parte del deber informativo. Yo lo que hago es proponer y el diario dispone. Hay que valorar que el medio respete el criterio del periodista musical que propone informar sobre un artista que, aun con poco público, tiene una carrera prometedora por delante, o un talento singular.
—Resulta cuanto menos estimulante.
—En un diario, las músicas que interesan a mucha gente deben ser explicadas, y yo me impongo como misión tratar de entender por qué un artista llena un pabellón deportivo o un estadio. No puedo quedarme en aquello del “fenómeno sociológico” y quedarme tan ancho, como si no fuera conmigo. Pero, al mismo tiempo, si un diario se limita a la información de aquello que tendrá muchos clicks, el periodismo está abocado al desastre. Ese es uno de los grandes retos actuales, del que todo el mundo debería ser consciente. Si un diario se dedica solamente a las noticias con más visitas y desestima al resto, perderá al lector histórico, estable, aquel que, más allá del efectismo, busca que le expliquen el mundo cada día y en todas sus vertientes. Aquel que busca un contenido, ya sea en el quiosco, o en el ordenador, o en el móvil, y que tiene una posición en la vida frente a la información.
—¿Qué le diría a aquellos cantantes y músicos que se hayan sentido ofendidos en alguna ocasión por su pluma en la crítica y crónica musical?
—Que no es nada personal. Y que comprendan que la música es un hecho cultural sujeto a la opinión y a la valoración.
—¿Se arrepiente de algo de lo escrito y criticado?
—En el trabajo como en la vida todos nos equivocamos. En mi caso, cuando he estado desafortunado, lo escrito adquiere más relevancia por elevarse a la categoría de público. Cuando empecé en Popular 1 recuerdo mis primeras críticas, sintiéndome el rey del mambo ¡una estrella del rock and roll! (ríe), con esa cierta inocencia del que llega acreditado a un concierto pensando para sí mismo: ¡Voy a escribir lo que me dé la gana!.
—¿Y?
—Escribí algún palo contundente, ilógico y gratuito (sonríe) ¡pésimamente argumentado! Con los años uno se modula y al recordarlo piensa: ¡Cómo pude escribir semejante barbaridad!
—Reírse de uno mismo es un síntoma de salud mental
—Más que risa lo que me provoca es mucho bochorno. ¡Preferiría que se hubieran quemado los ejemplares sobrantes! (ríe de nuevo).
—Está en su derecho de que un concierto no le agrade en absoluto
—En ese caso lo mínimo que se le tiene que pedir al cronista es una buena argumentación de su punto vista.
—¿La revista Popular 1 fue su bautizo en la profesión?
—Si. Y mi ritual iniciático, de la mano de Martin J. Louis y Bertha M. Yebra, los primeros profesionales de la prensa musical a los que conocí. Me introdujeron en un ambiente que desconocía, el de la industria musical. Escribí en Popular 1 desde 1989 hasta 1993. Una revista que siempre ha defendido una relación con la música desde una vertiente muy apasionada del imaginario del rock‘n’roll, donde la línea entre el rol de editor y periodista, y el rol de fan, en ocasiones es delgadísima.
—Algunos de sus lectores quizás no conozcan su paso por Súper Pop
—Una experiencia enriquecedora y muy interesante en la que aprendí una vertiente del periodismo musical y juvenil que no conocía hasta ese momento. Trabajábamos muchísimo. Era una nueva dimensión en la que de repente entrevisté por ejemplo a Eros Ramazzoti en Milán o a Take That en Londres, cuando empezaban. Y a partir de ahí a Alejandro Sanz, OBK... Eran tiempos en los que se viajaba más que ahora, no tanto por que en el presente exista más tecnología, sino porque las mismas revistas y compañías discográficas manejaban presupuestos más elevados.
HORTÈNSIA GALÍ, CAPÍTULO APARTE
—Es en Súper Pop cuando seduce usted a la que entonces era su directora y hoy es su mujer y compañera de viaje.
—(Sonríe y nos reímos). No sé exactamente si fui yo ¡o fue ella quien me sedujo a mí! Hortènsia se convirtió desde ese momento en un elemento clave en todos los aspectos de mi vida. Es la complicidad en mayúsculas. Creyendo en mí. Pensando en grande a mi lado. Empujándome a proyectos. Velando por el conocimiento. Mi profesión requiere total disponibilidad las veinticuatro horas de los siete días de la semana. Ambos sabemos que profesión y relación deben atenderse en este marco.
—Quizás el secreto es que en el momento en que se cruzan sus caminos, Hortènsia Galí ya era un nombre en la industria musical.
—Ella estaba mucho más asentada que yo (sonríe). Tenía una gran habilidad en el relacionarse con los jóvenes artistas que llegaban a Súper Pop como fenómeno de masas. Se dirigía al personaje con ternura y comprensión, y a la vez con realismo, con cabeza amueblada y poniendo a cada cual en su lugar. Su trayectoria venia ya de los años en Movieplay y Fonomusic, con mucha experiencia en cuanto a marketing y promoción del llamado artisteo en el campo de las grandes figuras de la canción, o trabajando en el catálogo de la Motown. Sí... creo que ese bagaje suyo me fascinó.
—Periodista musical, crítico, guionista, cronista... En estos últimos tiempos hemos escuchado a Estopa y a Maria del Mar Bonet en televisión, citándole a usted como su biógrafo.
—Son libros de memorias. El término biógrafo me chirría algo. Quizás por la responsabilidad y por un cierto vértigo que me provoca el escribirlos. Que una figura de las dimensiones icónicas de la cultura del país como Maria del Mar Bonet o unos superventas de proyección gigantesca y con tanto carisma como Estopa, hayan confiado en mí cómo depositario del relato oficial de su vida profesional me parece un honor. Cierto es que escribir libros con la aprobación del artista plantea un dilema al periodista, ya que quizás este consenso conlleve a disminuir la independencia en el criterio de quien firma el libro, pero por otro lado junto al artista llegas más lejos en el análisis y el conocimiento de los detalles de su obra que si lo hicieras por tu cuenta. He disfrutado mucho.
— ¿Qué ha aprendido con ellos? ¿Qué se queda para usted?
—Del libro Maria del Mar Bonet. ‘Intensament’ (Ara Llibres, 2017) e ‘Intensidades’ (Editorial Milenio, 2018) recuerdo largas conversaciones suaves, oceánicas, así como su intensidad —el título no es porque sí— en el posicionamiento con su obra, con la vida y en el trato personal. He aprendido de su historia, de su generosidad y de cómo se trata a una artista en mayúsculas. Ella no es solamente una persona que hace canciones, pertenece rotundamente a la categoría de artista. A Maria del Mar no se la trata de cualquier manera. Es la Bonet. Y fue un honor escribir de ella y con ella.
De 'El libro de Estopa' (Editorial Planeta. Espasa’, 2020) recuerdo las infinitas charlas con la sencillez que comportan unas cañas en el bar habitual del vecindario entre saludos de amigos y conocidos. Son gente noble y fiel, y con un talento natural innato. Uno aprende de esa lealtad. Les propuse seis años atrás la posibilidad de escribir sus memorias. En ese momento les pareció prematuro pero me dijeron que si algún día se hacia, sería conmigo. Así ha sido, sin contemplar para esta labor a alguien mucho más mediático que yo.
—A priori alguien puede pensar que son perfiles biografiados antagónicos
—No. En absoluto. Es más, tienen mucho en común. La música es la música. Y ambos perfiles son cantautores. No hay impostación en su forma de ser. Ni ella ni ellos quieren parecer lo que no son. Poseen una similar coherencia interna rígida y natural a la vez. Sus posibles renuncias profesionales no son heroicidades, las toman desde la normalidad.
Y en clave de cultura catalana considero que son dos caras de la misma moneda. Haya estado más o menos acertado buscando el alma del artista en ambos libros, inevitablemente y tratándose de quienes son, ambas publicaciones pasarán a formar parte de la historia del país. Son sus memorias. Y me siento orgulloso del resultado.
—Enhorabuena. Muchas felicidades.
Jordi Bianciotto señala que: El papel del cronista musical hoy en día no es el mismo que el de veinte años atrás. Quizás porqué la inmediatez con la que vivimos nuestro presente provoca que el pico horario del trabajo, y que antes recaía en la tarde, al cierre de las redacciones, sea ahora extensivo a toda la jornada. Esto seguro que no resulta un problema para alguien para quien "la vida y el trabajo son una misma cosa". Cuando me atrevo a preguntarle por qué alguien tan introvertido cómo él se dedica a la comunicación, revela que "escribir no deja de ser un acto íntimo y sordo desde la soledad en el ordenador de tu casa". Asegura que "es compatible una cosa con la otra". Y añade con cierta ironía y entre sonrisas que "los tímidos a veces perdemos la proporción de las cosas y podemos dar saltos mortales, incluso escribir artículos lapidarios o descarados". Algo de razón lleva este incansable melómano, ya que probablemente esté en lo cierto si afirmo que entre tanta escritura, uno de sus mayores saltos mortales haya sido firmar la Guía Universal del Rock (2008–2011) en tres tomos enciclopédicos. Pero versátil y transversal en cuanto a gustos y géneros musicales, se entusiasma cuando habla de la inmensidad y tamaño del mapa sonoro mundial, de la desbordante escena musical francesa (¡a solo 150 kilómetros!), de la tradición del cabaret alemán, de la magnitud en las músicas populares del norte de África, Brasil, Argentina, Italia o Grecia.
Así que, y como diría Sisa, rueda infinita la música en la intimidad del estudio y refugio de Jordi, mientras entre libros y vinilos, responde a las llamadas de la redacción, ultima su siguiente artículo en Nació Digital o escribe acerca del disco del mes en Enderrock. Entre borradores sobre la que será su próxima contraportada en El Periódico, o esperando a que esa tarde Serrat y Hortènsia crucen la puerta para conversar sobre cómo le gustarían al del Poble Sec los textos para la reedición inminente de 'Discografía', una caja en edición de lujo que reúne los álbumes en castellano del cantautor, escritos por Bianciotto.
Que sean muchos saltos más. ¡Larga vida al periodismo musical!
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