Perfiles

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Joan Mas: “Ser empresario es un oficio precioso. La música en vivo es mi vida”

16/06/2020 - Yanni Munujos/Noticias Clave

Joan Mas: “Ser empresario es un oficio precioso. La música en vivo es mi vida”Joan Mas en la plaza Reial, con el club Jamboree de fondo. Foto: © Juan Miguel Morales.

Cuando a finales del mes de mayo el silencio en la noche barcelonesa resultaba atronador y parecía imposible ver a un músico tocando en un local, el histórico Jamboree fue el primer escenario en Europa que, incansable, desafiaba a lo virtual, logrando agotar el papel entre aquellos que consiguieron regresar al arte cercano del directo en un escenario.

De nuevo todo comienza en el corazón de la ciudad, y de nuevo con Joan Mas al frente.

En la misma plaza Reial, a pocos metros de su club, Mas nos relata cómo vive estos tiempos que mezclan un improvisado presente, con la inquietud por un futuro que augura prometedor desde el sosiego de quien lleva organizadas a sus espaldas veinticinco mil sesiones de artistas en vivo entre las paredes del llamado templo del jazz y del directo.

—Felicidades. Ha sido usted el primero en levantar la persiana. El cerrarla y quedarse en casa no debió resultarle fácil.

—Abrí cuando la ley me dejó. No podía más. Soy un gran oyente de música en casa, pero sin el directo el disco pierde sentido. Yo empecé de músico a los dieciocho años, después de haberla estudiado hasta los veintisiete. Hice giras, pinché discos y creamos Mas i Mas junto a mis hermanas Ana y Marta. Llevo treinta años organizando cinco sesiones diarias en el Jamboree y en Los Tarantos. Hubo una época en que además organizábamos dos en La Boite y dos en La Cova del Drac. Desde entonces cada día de mi vida he escuchado y asistido como mínimo a un concierto.

—Excepto durante el confinamiento.

—Si. Y por eso abrí el primer dia que pude, aun perdiendo dinero, con las barras cerradas, poco margen para los músicos y prorrogando créditos bancarios para no entrar en quiebra.

—Por el momento sin baile

—Terrible. La vida sin baile y sin música es un no vivir. Todas las grandes músicas, desde el jazz hasta la más latina, incluso la barroca, tienen sus raíces en el baile. La música es baile. Los negros americanos sobrevivieron a la tortura y esclavitud gracias a la música, Sin bailar nunca hubiesen progresado. Hay que dejar que la gente baile. A los gobernantes no les gusta.

—¿Está decepcionado con los políticos en cultura?

—Parece mentira cómo hemos sobrevivido tantas décadas con una ley que hasta hace poco prohibía en Barcelona la música en vivo en los bares y se permitia solamente en las discotecas. La mayoría de políticos en el mundo no creen en el arte. No lo tienen. Trump no tiene arte, y sin embargo los negros americanos tienen arte suficiente como para ser felices aún con la persecución y el racismo.

—¿Cuál es su receta para evitar un rebrote en otoño?

—Que todo el mundo baile enloquecidamente. En su casa. Allá donde pueda. Si no estamos perdidos. Las sociedades que pierden su arte degeneran. En ocasiones me emocionan los países del tercer mundo. Bailan y consideran socialmente al artista y al músico casi como a un chamán. Quién sabe, quizás por eso ha habido menos víctimas de coronavirus. Quizás en el llamado primer mundo nos falta bailar y abrazarnos un poco más.

—Lo peor del confinamiento…

Sin duda alguna lo más horrible es el no relacionarse. La música en vivo por no ser grabada es un acto de intimidad sensual del espectador con el artista. Es esa sensación extraordinaria de intercambio entre el público y el músico que, al igual que ocurre con el sexo en internet, no la sustituye ninguna experiencia virtual.

—Resultó entrañable el verle en la prensa, abriendo las rejas del Jamboree con sus hijos.

—Lo necesitábamos. El público y los músicos también. Abrí con mis hijos por la imposibilidad de levantar el ERTE a los 78 trabajadores de Mas i Mas, pero me consta que a todos ellos les levantó la moral que el club abriera las puertas.

—Y una vez más son noticia. La luna sale cada noche en Barcelona, segura desde hace años de alumbrar al Jamboree, Los Tarantos y al Moog.

—En los comienzos nos ayudó heredar permisos que habían sido concedidos por el Ayuntamiento en los años sesenta. De no ser así no lo hubiésemos podido hacer. El Gobierno Municipal de Ada Colau al fin da señales con voluntad rectificativa en cuanto a las facilidades para el sector. Pero no las suficientes. Barcelona debería ser cuna indiscutible de la música en Europa. Es la única ciudad en el mundo con tres escuelas superiores de música. No se parece a ningún lugar y se parece a muchos. Su mezcla es su personalidad. Lo que la convierte en única.

—¿Reconoce las calles de Barcelona en las que en los ochenta abrió su mítico y primer Bar Mas i Mas, en Marià Cubí?

—Cuando cerraba el bar a las tres de la madrugada la noche continuaba, Caminaba tres calles y en el añorado Las Vegas de la calle Aribau, Moncho cantaba los boleros con los que empezaba su último pase de la jornada. El ambiente a esas horas y entre semana, era embriagador. Las juergas memorables. El escenario, levantado a unos palmos del suelo, era la pista de baile. Y se alternaba con los conciertos durante toda la velada. Recuerdo a Ovidi Montllor, un habitual, en la mesa de al lado. Era un hombre muy divertido. Se salía mucho de noche. Todos los días.

—Los hábitos han cambiado. Usted programa a las ocho de la tarde.

—En los noventa comenzábamos los conciertos en las cuatro salas que regentábamos a medianoche. Los pases más tardíos eran los más frecuentados. Si hacías doble sesión, colgábamos siempre el completo en la segunda. Actualmente es en el primer pase de las ocho cuando se agotan las localidades.

—¿Siente nostálgia de esa Barcelona, llamada la de antes?

—En absoluto. Esos años son una sombra de lo que ahora es la ciudad. En la vida todo suma. Nada resta. Apareció la radio y sumó. La televisión sumó. Y las redes sociales, suman. Todo cambia pero la música en directo jamás desaparecerá. Las paredes del Jamboree eran las de los subterráneos de un convento en la Edad Media. Allí los monjes danzaban en rituales de aparejamiento. Se siguió bailando cuando en 1810 se construye la Plaça Reial hasta que en 1960 el empresario Joan Rosselló, entonces dueño del Bar Brindis, decide convertir su almacén en el que celebraba las fiestas clandestinas, en un club de música en vivo, y abre el Jamboree.

—En los noventa llegan ustedes.

—Si. Y hasta hoy mismo. Y estoy convencido de que en diez años más, esté yo o no, la sala seguirá. La ciudad será más potente todavía. Los tantas veces evocados felices años veinte del siglo pasado cuando acabó la gripe española, serán una broma al lado de los años veinte del siglo en que ahora vivimos. Y los de nuestra generación una sombra también de la de ahora.

—Es usted un hombre del presente.

—Solo hay que ver la marcha que llevan los jóvenes ahora. Incluso mis hijos suelen repetirme a diario que tengo ahora más energía. Mi hija Sakura es una gran apasionada de la música. Y (se ríe) tengo la convicción de que son una versión muy mejorada de mi persona en todos los aspectos.. Cuando era niña me relataba con exactitud uno a uno los actos de las óperas a las que me acompañaba. Le encanta el rap, el trash , el reggeatón y lo latino. Es receptiva y se emociona con todos los géneros.

—Le veo en forma. Es usted un optimista nato.

—Cada vez somos mejores. Viene una explosión de alegría.

—Ese entusiasmo conlleva a veces equivocarse ¿ha fracasado mucho?

—En la vida no es tan importante el camino que uno escoge sino la capacidad de rectificar. Si no te equivocas, no puedes realizar tus proyectos. Es necesaria la osadía aún con el riesgo al fracaso.

—¿Esa sería una máxima para un manual del buen empresario?

—Sí. Además de voluntad, constancia y mucho, muchísimo trabajo.

—¿Qué consejo daría a aquellos que ahora quisieran abrirse paso en el negocio de la noche abriendo un local con música en directo?

—Querer es poder. Si quieren hacerlo que vayan adelante. Con pasión y ganas. Que aprendan el oficio. Hay que trabajar fuerte. Es duro. No solo para el empresario. También para el camarero, para el técnico, para el que custodia una puerta y para el que se encarga del almacén. Pero la vida es dureza. La dureza me apasiona. La disfruto. Y me agrada tanto como el salir de noche y bailar toda la madrugada.

—Algunos sostienen que una sociedad sin empresarios sería mejor.

—Quizás sí. Pero en el mundo en el que vivimos ahora, somos necesarios. Cómo en el arte, existen buenos y malos empresarios. El actual presidente de los Estados Unidos lo era. Y es el deshonor de mi profesión. Pero yo considero que ser empresario es un oficio precioso. Ni mejor, ni peor. No es superior a otro, pero tampoco inferior. Lo admiro. Lo reivindico. Hay muchísima gente honesta. Lo habitual es el pequeño y mediano empresario que ama su oficio y cuida de sus gentes. Yo me reconozco entre esta inmensa mayoría.

—En su caso no parece difícil el equilibrio entre firmar nóminas de artistas y apasionarse con su arte a la vez.

—Yo vengo de una familia de empresarios. Mi padre y sus siete hermanos lo eran. Él me enseñó que solamente existe un oficio más elevado que los demás, el de artista. Es así desde la prehistoria. Los primeros hombres vivían sin empresas pero con música. El empresario y el electricista somos dignos y necesarios para que el mundo camine, pero un músico o un cantante entregan su arte y todo lo que tienen para que los demás seamos felices.

—Dígame nombres de artistas con los que ha trabajado que le hayan marcado.

—Trato de que sean los que ando descubriendo ahora y los que me quedan por descubrir.

—Haga un esfuerzo…

—Es que son tantos... pero los primeros conciertos de Lou Bennet estando nosotros en el Jamboree son imposibles de olvidar. Lo había visto con mi padre años atrás, y ya era icónico en el club. Fue un honor que regresara. También algunos músicos grandiosos que al final eran cómo de la familia, como el enorme Elvin Jones que llegó a rechazar ofertas para tocar la batería en el club. Y Moncho, del que te hablé antes, el mejor bolerista de todos los tiempos. Me impresionó su cercanía, su calidad humana. Un trabajador de la canción en el sentido más literal. Cuando llegábamos durante las míticas noches del Festival del Bolero, a las seis de la tarde y con persianas cerradas, él se sentaba, desde horas antes, macuto en mano, en el bar de al lado tomando su café. El primero. Y el más puntual.

—Vaya todavía un poco más atrás... a sus primeros recuerdos en el negocio.

—En el 91. A pocas semanas de abrir La Boîte. Cuando al final de una velada en la ya segunda Cova del Drac en la plaza Adriano, me acerqué a los músicos para decirles que iba a abrir un local. Probé fortuna con Dani Nel·lo, pues yo había sido estudiante con su hermano David, y alumno de su madre a los nueve años. Nadie me conocía. Hubo más intentos fallidos esa misma noche. Caspar St. Charles, August Tharrats, hasta que me tropecé con Montse Pratdesaba, conocida como Big Mama. Se entusiasmó. Se subió a mi moto sin pensarlo y de madrugada. Llevaba las llaves conmigo y abrimos La Boîte esa noche, todavía en obras. Me animó mucho. Y ahí mismo, a pocas semanas de la inauguración, acordamos el que fue el primer concierto con todos ellos cuando abrimos, al que se sumó también el gran Tete Montoliu.

—¿Qué le queda por hacer? ¿Existen todavía sueños por realizar?

—Puede resultar pedante pero hasta hoy todas las ilusiones que tenía en mi vida las he ido realizando aunque después haya comprobado siempre que resultó ser mucho más duro de lo que esperaba. El tener hijos, abrir un local de música en directo, abrir otro de música electrónica (el Moog), eran sueños que realicé y de los que no me arrepiento. La vida no es fácil. Suele ser dificultosa y a veces injusta, pero me gusta vivir. Hay que vivir. Lo importante (vuelve a reírse) no es cuando uno muere, es el cómo uno vive.

Joan Mas se muestra escéptico en cuanto al relevo de las nuevas generaciones de la famila en la empresa, pese a que, si alguien duda del legado musical del empresario, solo hay que fijarse en los dos perritos, Juro y Choko, que pasea su hija —Sakura llegó a media charla y se sentó con nosotros—, y escuchar a Joan repetir con entusiasmo que hay algo de Xavier Cugat y sus chihuahuas en el espíritu de su heredera. Ella ríe. Es un disfrute constatar su complicidad mientras hablan entre ellos de la cantidad de libros que su hermano Guen —con dieciocho recién cumplidos— devora a la semana; de lo bien que se encuentran Ana y Marta Mas en sus vidas de postempresarias; de la fortaleza del cabeza de familia (padre y abuelo) Joan Mas Marcell a sus noventa y siete años… de lo agradecido que se mostraba el público a la salida de los primeros conciertos mientras la desescalada, de si están o no agotadas las entradas de alguno de los conciertos que vendrán, o del número de bises que hizo Clarence Bekker en el concierto de ayer. 

Historia viva de la música y el ocio, de la cultura barcelonesa.

*Perfiles Clave es una nueva sección de la revista digital Noticias Clave que tratará de acercar humana y profesionalmente las opiniones y perspectivas de personas esenciales en el complejo mundo de la industria musical y el espectáculo en directo. Será precisamente una persona que lleva décadas en el sector, Yanni Munujos, promotor de conciertos y representante artístico, quien realizará estas entrevistas de interés universal. Empezamos con Joan Mas, un hombre de referencia en la música de Barcelona, bares musicales, salas de música en directo y de baile y organizador de festivales, como el Mas i Mas San Miguel Festival.

 

 
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