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[ Volver ]Ester Bonal: 'Es importante trabajar una mirada critica de la cultura, para después escoger'
16/12/2020 - Yanni Munujos / NoticiasClave.net
Acaba de recibir el insigne Premi Nacional de Cultura que de manera unánime le han otorgado la presidenta y los miembros del CoNCA, el Consell Nacional de les Arts i la Cultura, de la Generalitat de Catalunya, en representación del centro de música y escena Xamfrà. Allí es donde junto a su infatigable y voluntarioso equipo, Ester Bonal cultiva a diario la educación integral de las personas con el objetivo de lograr su inclusión social y artística a través del aprendizaje de las artes.
Una misión social y educativa en la que con tenacidad y pedagogía, y desde la pasión por lo musical, ha conseguido crear espacios de encuentro en barrios como el de la sede principal de la entidad en el Raval de Barcelona. En Xamfrà, Bonal y los suyos logran que miles de niños, jóvenes y familias de distintos rincones y estratos de la ciudad, remen hacia la igualdad de oportunidades a través de la música, la danza y el teatro.
El premio conlleva un protagonismo del que Ester Bonal huye en estos días en que muchos la buscan, pues cree en el anonimato como base para fortalecer a toda una comunidad. La vimos y escuchamos en la ceremonia de entrega de los máximos galardones culturales en Cataluña, transformada en esta edición en un programa grabado de televisión, ante la imposibilidad de realizar un acto solemne como el de otros años, por culpa de la crisis sanitaria que continúa enrareciendo nuestras vidas. Se muestra agradecida por la visibilidad que la distinción da a la labor que se lleva a cabo desde Xamfrà, aunque confiesa el anhelo de una realidad en la que dicha labor no merezca ser premiada por el simple hecho de que sea entendida como algo habitual en todo el planeta.
—Enhorabuena. Han sido premiados con la máxima distinción en cultura. ¿Satisfecha?
—Sí. Este reconocimiento es clave para no desistir y seguir adelante con nuestra tarea. La cultura en el mundo anglosajón está excesivamente mercantilizada. Tratada básicamente como producto, algo que desde el mundo educativo chirría. La cultura hay que percibirla desde una concepción social y antropológica para que conecte con la virtud del conversar y el relacionarse. Es desde el sembrar la semilla del escuchar, cuando logramos descubrir a quién tenemos en frente, aquello que hace, que dice y que canta. Algo por lo que luchar en unos tiempos en los que en la vida todo se acelera como en televisión. Es la cultura imperante. La que explota la industria. Vivimos en la era del zapping.
—Y parece que en la era de los concursos musicales en televisión.
— A mí personalmente no me gusta que los concursos musicales sean el centro de la parrilla en televisión. Pero están ahí. Y según mi manera de verlo, no se trata de evitarlos. Lo importante, desde un punto de vista educativo, es acompañar a las personas en el proceso de pasar de la pulsión y el impulso a la reflexión, despertando la mirada crítica. Acompañarlas en el aprendizaje de que no todo vale, y no todo lo que llega, sirve. Está bien que a uno le guste un concurso, pero debe saber que existen otras cosas, y a partir de ahí escoger. Hay que trabajar una percepción crítica de la cultura, para después elegir.
—Afirma que le chirría el concepto producto. ¿El término industria musical?
—La industria, como la administración, son personas. Me gustaría conocerlos uno a uno. Hablar entre nosotros. La profesión lleva una carga de egos innecesaria. Les sugeriría trabajar en conexión con el mundo educativo. Que colaborásemos en desburocratizar la educación, alejándola del estrés. En no banalizarla, en no tratarla superficialmente. Hay productores que trabajan bien y otros que no. Que la música tenga virtudes de inclusión social, de entrenamiento a la mirada crítica del individuo, depende del uso que uno haga de ella. Con la industria ocurre igual. Conozco individuos emprendedores convertidos en empresarios que cuidan aquello con lo que trabajan. Que velan por equilibrar los costes y los beneficios con afán de sostenibilidad y desde la justicia social.
—Remando contracorriente.
—Exactamente. En Xamfrà por ejemplo, basamos nuestro proyecto en la honestidad, la confianza y el compromiso. También en la generosidad. En el colectivo, el liderazgo horizontal y el anonimato en pos del protagonismo de la comunidad. Somos una familia.
—Y todo desde la pasión por la música.
—Mi vida educativa pasa por la música desde que tengo uso de razón. A los cuatro años comencé a cantar en ARC. Una escuela muy particular. Mi tía Dolors Bonal la fundó en 1967 junto a Ester Boix y Ricard Creus. Allí las niñas y niños íbamos a pasarlo bien. Una entraba a hacer música o plástica, y a cantar, a bailar o a tocar el xilofón. No había cursos. No había exámenes. Y todo era colectivo. A muchas y muchos de los que pasamos por ahí, la vida nos liga a la música desde entonces. Hay que reconocer que veníamos de un determinado entorno sociocultural, pero es que estamos hablando del año ¡sesenta-y-siete!
—Eran otros tiempos.
A los quince años pasé a la Coral Jove de L’Esquitx y comencé a dirigirla casi de manera autodidacta. Después llegaron los cursos de verano del Orfeó Lleidetà en Cervera. Me fui a Salzsburgo a cursar pedagogía musical, pues me fascinaba. En casa somos cinco hermanos y todos hemos pasado por ARC.
—Su tía Dolors es una reconocida pedagoga musical, impulsora también de Xamfrà. Su hermano Quim Bonal, pianista. Su compañero Emilio de la Linde, un maestro en la dirección coral. Intuyo que su familia es también una comunidad.
—Y una escuela! Desde siempre. Cuando todos vivíamos en casa, mi hermana Gloria Bonal entró en la Coral Sant Jordi. Recuerdo que mis padres entonces trabajaban y comíamos solos. Ella fotocopiaba con entusiasmo partituras de Bach, Pretorius y Lassus, y nos las repartía al resto. Cada día después de comer los hermanos Bonal cantábamos una hora! Incluso hicimos algunos conciertos por ahí, ¡en familia! De repente la música era lo cotidiano.
—Hábleme de sus padres.
—Mi madre estudió semíticas y era profesora de francés y de historia. Dedicó toda su vida a la educación. Mi padre fue farmacéutico y un impulsor de la farmacia y de la atención farmacéutica en España. Dirigió el Servicio de Farmacia del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona. Creo que estudié farmacia por admiración hacia él. Aunque nunca ejercí. Y para ser farmacéutica hay que ejercer. Mi abuelo decía que una cosa es el estudio y otra el oficio. Y aunque estudiaba farmacia seguía cantando y seguía dirigiendo a niños que cantaban porque aquello era mi vida.
—¿Los años de la universidad son sus años perdidos?
—Los años que uno pasa en la universidad jamás son años perdidos. Depende de cómo es tu día a día en ese período, la universidad conlleva un entrenamiento muscular cerebral necesario. Estimula el ejercicio mental importante. Así que cursé la carrera. Y después...
—¿Después?
—Me fui a Estados Unidos. Me dediqué a un proyecto de servicios a hospitales. Una vez más me sumergí en la vocación del apoyar al otro. Hasta que un día llamé a mi padre y le dije que quería dedicarme a la educación. No a la música. ¡A la educación! Se me iluminó el mundo cuando después, Mercè Cano, actual presidenta del Moviment Coral Català, me aconsejó aun con una titulación de ciencias, cursar el CAP de música para ejercer en secundaria. Pasé diez años en los institutos dedicándome por fin a educar desde la música.
—¿Cómo se define usted?
—Me llegaron al alma las palabras de la pensadora india Gayatri Spivak, en el diálogo que mantuvo con la siempre fabulosa filósofa Marina Garcés en la Bienal del Pensamiento en Barcelona. Spivak decía: "En la educación sembrad y confiad. No esperéis el éxito". Desde ese momento me defino como sembradora. Me enloquece educar y amo la música. Así que me dedico a sembrar.
—¿Y cuándo comenzaron a sembrar lo que hoy es Xamfrà?
—Cuando a finales de los años noventa llegó la primera gran ola de personas extracomunitarias a Barcelona. La mayoría menores. Eran muchos y sin referente familiar alguno. Yo entonces educaba en el Institut Miquel Tarradell. Te llegaban a medio curso. La música se convirtió en eje vertebrador de su sentido a la pertinencia. Llegamos incluso a grabar un disco con más de doscientas chicas y chicos a los que el formar parte del proyecto les integraba en su nueva realidad. Terminé de constatar que la música es una herramienta de construcción masiva si la utilizas de una determinada manera.
—¿De construcción de qué?
—De construcción de valores. De entornos. De climas de convivencia. De escucha y respeto. Depende de cómo las uses, con la música, el teatro y la danza, generas un movimiento vital profundamente emocional que te atraviesa, que a nadie deja indiferente, que genera climas de acogida y amabilidad.
—¿Cree que así contribuyen al bienestar de los alumnos?
—Las constituciones de los países democráticos hablan continuamente del bienestar de la población. Dígame el nombre de un político, de uno solo, que vaya más allá del titular. Pídale que diga que el bienestar no es el producto interior bruto. Que afirme que el bienestar no es igual a que las telefónicas ingresen billones. Y espere sentado. A mi entender el bienestar es tener los derechos humanos y culturales asegurados, y vivir en sociedades que trabajen por la convivencia.
—¿Existe el salto de la primera emoción con la música de un menor extracomunitario recién llegado y sin referentes familiares, a la después posible dedicación profesional?
—Raimon Panikkar decía que la educación no se enseña, se contagia. Los espacios culturales de participación deben ser complementarios con los espacios culturales de exhibición. Ambos son necesarios. Si no nos educamos en la belleza no conseguiremos acercarnos a la bondad. Y por supuesto hay que sumar mucha energía educativa para acompañar el crecimiento de personas que cuidan y aprenden de sus aficiones. Que gozan con ellas. Solo así la cultura crecerá en público y afición, y cada vez habrá más gente tocando y cantando en el mundo.
—¿Se considera una mujer valiente?
—Me considero rebelde. Cada vez más. Y luchadora.
—¿Cuándo comienzan las luchas de la entonces joven estudiante de farmacia, acomodada en la parte alta de Barcelona?
—Cuando a los dieciséis años mi hermano Xavi y yo amenazamos a nuestros padres con dejar de estudiar si no nos cambiaban de la privada al instituto público. El primer día me senté al lado de un chico. Entablamos amistad. Su padre tenía el taxi estropeado hacía tres meses. No había en su casa dinero para la reparación. Cada vez bebía más y comenzó a maltratar a su esposa. Al regresar a casa en el bus me decía a mí misma, "Ester, esto es el mundo. El mundo no es cómo tú lo has vivido". Mis años de profesora en institutos lo corroboraron.
—¿En Xamfrà logran un mundo más amable?
—Xamfrà nace en el Raval de Barcelona con el objetivo de crear un centro socioeducativo de música, teatro y danza, garante del cumplimiento de los derechos culturales, que significan el derecho a la participación, sea cómo parte del público o en calidad de participante en experiencias, vivencias y actividades artísticas y culturales. Comenzamos con talleres para adolescentes pero en seguida ampliamos por la demanda que tuvimos por debajo y por encima de la edad. Ahora trabajamos también con madres y bebés. Trabajamos con el Hospital de Sant Joan de Déu con personas con diagnosis de problemas de salud mental y discapacidad intelectual.
—¿Cómo lo han conseguido?
—Con decenas y decenas de entrevistas hasta que dos fundaciones privadas permitieron con sus donaciones, abrir las puertas en 2005. Y a partir de ahí siendo un equipo proactivo con capacidad, no solamente para acoger a las personas sin posibilidades, sino también de movilizar a personas, colectivos y población que por su situación vital no se sienten llamados a nuestras actividades por considerar que no es para ellos. La cultura, siendo un derecho de todos, a veces parece estar concebida para una clase media.
—¿Cómo atraen hoy en día a jóvenes migrantes sin referentes?
—Mirando a la persona. Preguntando qué le gusta. Cuáles son sus intereses. Entrelazando vínculos. Generando un clima de calor humano que contribuya a la pérdida del miedo. Creando comunidad. Alimentando poco a poco la equidad educativa fuera del espacio escolar ordinario. Creando el acceso a espacios cómo este u otros, iguales a los de otros barrios que tienen mejor nivel de vida. Relajándolos en la cooperación, lejos de la competición.
—¿Cómo se consigue la inclusión social? ¿Cómo se gana la batalla a la formación en guetos?
—Trabajando contra la enorme segregación existente en nuestros pueblos y ciudades. En la actualidad hablamos mucho de burbujas. Y nos olvidamos que eso no es de ahora. La segregación crea burbujas. Es difícil luchar contra ello cuando en una escuela, un profesor tiene catorce nacionalidades repartidas en tres cursos de menores, con progenitores que no hablan nuestras lenguas. Se trata de remar para la integración. De que el grupo que se reúne para tocar y aprender música a las seis de la tarde no solamente sea de niñas y niños con situación precaria. Aquí hemos creado un espacio artístico donde los niños se sienten a gusto con la música. La disfrutan. Y trabajando con centros de otros lugares de la ciudad, hemos logrado que el nuestro sea un espacio inclusivo en el que acuden menores de familias acomodadas.
—¿Qué ocurre cuando un menor migrante de una familia sin papeles canta en el mismo coro o toca en el mismo grupo, que otro menor de una familia de Barcelona con poder económico?
—Se hacen amigos. Se relacionan. Aprenden. Toman conciencia de la situación del otro. Incluso se invitan de una casa a la otra. Aquí vienen menores de familias que no pueden pagar las actividades. El centro se adapta a cada caso. A veces son familias que sí pueden, los que sufragan los costes del amigo que su hijo conoció. La franja joven que tenemos en estos momentos es muy inclusiva. Se intercambian entre ellos los idiomas en función de la circunstancia de cada uno. Incluso son antiguos alumnos contratados, los que ahora educan a los recién llegados. Para los más jóvenes del taller de batucada joven, los profesores Adam, Kevin y Rubén son un referente porque unos años atrás eran muchachos como ellos. Adam habla árabe para un recién llegado de Marruecos. O el muchacho que vimos antes en el aula de arriba, acababa de llegar del Pakistán, toca el piano y habla urdu e inglés, entendiéndose a la perfección con Muhid, que habla hindi. El resto de la banda son Marc que toca la trompeta y estudia y vive en el Eixample, Bogdan, refugiado ucraniano recién llegado a Barcelona, y Julia que estudia biotecnología.
—¿Y en el momento en que surge el conflicto?
—El roce no hace el cariño. El roce hace el conflicto. Inevitable a la vez que necesario. Hay que desengrasarlo, analizando los porqués. Forma parte de la idiosincrasia de una comunidad. Pero fíjese en la cesta de Navidad. En lo diverso y en lo variado. En la cantidad. Cada familia aporta a la cesta algo de la calle, de su casa. Encuentras una marca blanca de lentejas junto a una botella de buen cava. Es un poema en todos los sentidos. Un poema de Navidad. Un espejo de lo que somos aquí en Xamfrà.
—Feliz Navidad, Ester. Muchas Felicidades.
Seguimos conversando mientras Ester Bonal revolviéndose en la silla y, sin perder un ápice de ecuanimidad en el habla, reflexiona sobre qué clase de mundo es este en el que las colas para la comida crecen, al tiempo que un gigante como Amazon ingresa más que nunca sin que haya un solo gobierno en el mundo capaz de frenar la paradoja. La noche ha caído sobre el Raval de Barcelona y mientras me acompaña a la salida, asomamos la cabeza en el aula donde su compañero Emilio dirige el Coro joven L’ARC de la EMM Can Ponsic. Identifico entre a los muchachos y muchachas a Julia, de Xamfrà, sentada, cantando. Ya en la puerta me cruzo de nuevo con una de las veteranas, Kathlyn Ildefonso, desde los nueve años en el centro. Aprendió a tocar distintos instrumentos y seguirá formándose en el Taller de Músics. La ciudad está desierta, las agujas del reloj se acercan al toque de queda y diluvia en la Rambla del Raval. Hoy me apetece andar y no me importa empaparme. Cómo si de una revelación se tratara, ahora sé que mientras no llueva café en el campo, el equipo de Xamfrà se entregará a diario a que el mundo sea más humano. Y quizás sí. Quizás si aparcamos egos y tratamos entre todos, por extraños, lejanos y antipáticos que nos parezcan, de adivinar alguna virtud por pequeña que sea a nuestros semejantes, aseguremos algo más la eternidad en la música y en la industria cultural.
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