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Blanca Sancho: 'Mi padre, Manuel Sancho, se enfrentó con la vida y ganó'

05/01/2021 - Yanni Munujos / NoticiasClave.net

BlancaBlanca Sancho sostiene un retrato de su padre, el empresario discográfico y vinícola, Manuel Sancho Labarta. Fotos: © Juan Miguel Morales.

Con la llegada del nuevo año y de Sus Majestades los Reyes de Oriente, el perfume navideño desaparece poco a poco del calendario. Terminan estos días tan proclives a balances y propósitos, en los que el mundo en pausa nos regala una tregua en la que se nos permite disfrutar sin interferencias y en silencio de esos discos necesarios en los que cada uno se reconoce. De los de ahora y de los de antaño.

Algunos incluso nos los regalamos. No creo equivocarme si adivino que en muchas de nuestras estanterías descansan el resto del año, entre otras muchas referencias, álbumes como aquel primer 'Enemigos de lo ajeno' de El Ültimo de la Fila, y algún clásico como 'A duras penas' de Carlos Cano o 'Te recuerdo Amanda' de Víctor Jara. Quizás también alguno de Diana Ross o de una joven Chavela Vargas. La responsabilidad de vencer para siempre a lo efímero, de la mano de esas maravillas musicales para la eternidad, lleva la firma de quien las publicó por primera vez en España: Manuel Sancho.

Si además por estas fechas brindan por un año nuevo sin COVID, con un poco de vino y cava, el festín a la salud de Sancho es completo. Sepan ustedes que inventó el primer vino novell del Penedés cuando, emulando al beaujolais francés, fundó con tradición, innovación y valentía, las bodegas Mont-Marçal.

Le recuerda y nos lo cuenta su hija y cómplice Blanca Sancho, sumándose desde su hogar al inevitable rescate de tiempos pasados en estas fechas en las en que, con o sin pandemia, regresan a nuestras mentes y corazones de manera ineludible, seres queridos que ya no están entre nosotros.

Feliz año nuevo. Veo en el retrato a su padre, Manuel Sancho, disfrutando de un buen cava. Adivino que sería Mont-Marçal.

—No necesariamente. Recuerdo algún fin de año en la finca de las bodegas Mont-Marçal brindando con Juvé & Camps, ¡porqué lo habíamos vendido todo! (se ríe). Pero lo fundamental es que en la fotografía se le ve tal y cómo era.

—¿Cómo era Manuel Sancho?

—Mi padre era un ser cariñosísimo con los suyos. Amaba la vida y el trabajo. Era a partes iguales divertido y trabajador. Creo que soy la única hija de mi generación que se corría juergas con su padre hasta las seis de la mañana. Bailando sevillanas o recorriendo los casinos. Salíamos y a la mañana siguiente su capacidad de rendimiento era impecable. ¡Su sentido de la responsabilidad le llevaba en ocasiones a despertar la casa a las siete de la mañana con una jota de Labordeta a todo volumen! (ríe). Solía decir: ¡para trasnochar, hay que saber madrugar y salir a trabajar!

—Los que le conocieron reconocen en él grandes virtudes para los negocios.

—Tenía un gran carisma. Jamás pasaba desapercibido. Era un visionario. Se adelantaba a lo que aún no había ocurrido. En lo artístico tenía un olfato fuera de serie. Era cabezón en lo que creía. Y muy tozudo. Recuerdo por ejemplo que el 'Viatge a Itaca' de Lluís Llach, nadie lo quería grabar. La entonces llamada canción protesta eran canciones cortas de mensaje claro. Normalmente con un estribillo que el público se aprendía. Cuando Llach vino con Itaca, una obra larga en formato cantata, fue Manuel Sancho quién lo publicó desde Movieplay, en Madrid. El mismo Llach te lo corroboraría. Coincidí con él hace unos meses y se me acercó diciéndome: Tu padre era un hombre valiente. Y antes de irse, regresó susurrándome: Nunca olvidé lo bien que cocinaba tu madre cuando comíamos en vuestra casa. (Sonríe). En mi familia la música pasó a ser cotidiana.

—Un veterano como Joan Carles Doval, de Picap, recuerda a Manuel Sancho con afecto y le reconoce como un auténtico maestro suyo.

—Me siento muy orgullosa de ello. Le agradezco las palabras.

—Lo describe como hombre de gran talento y de intuición excepcional, capaz de inventarse, con Franco vivo, la campaña 'Ara Llach' y, a la vez, tener siempre en la retaguardia un contrato discográfico en el bolsillo, como cuando fichó a los payasos de la tele.

Gabi, Fofó y Miliki salían a diario en la televisión. ¡Grabar un disco a unos payasos! ¡Todo el mundo se lo quería quitar de la cabeza! Creían que si las niñas y los niños no los veían, no funcionaría. Intrépido como era, mi padre insistía en que ya se sabían las canciones. Lo que había que buscar es que las escucharan a todas horas. Hoy en día sigue siendo el disco más vendido de la historia de Movieplay y con diferencia de todos los demás. Las Navidades en que lo lanzó, fue un escándalo de ventas.

—Doval añade que Manuel Sancho sabía rodearse de los mejores, transmitía confianza y sabía liderar. Un especialista en mayúsculas del márquetin sin haberse licenciado en ello.

—Él era un aragonés nacido en Huesca que por circunstancias familiares de niño lo llevaron a Castellote, un pueblo minero de la provincia de Teruel donde jamás olvidaría las palabras que su profesor le repitió. Observándolo despuntar de entre los niños del pueblo, le decía: Manolico, en cuanto puedas vete de aquí porque serás minero, borracho, o las dos cosas a la vez. Eso era lo que le esperaba a uno en la mayoría de zonas rurales de aquella España de posguerra, negra y hambrienta.

—¿Y se marchó?

—A los diez años se escapó del pueblo escondido entre las patatas de un camión rumbo a Barcelona, con destino a una de las paradas del Mercado del Ninot, donde sus tíos tenían un puesto de verduras. Ni lo encontraba su madre ni le esperaban sus tíos, a quienes por cierto les llegaron las patatas y el sobrino. (Sonreímos de manera entrañable). La tía Encarna y el tío Torillo lo quisieron mucho, así que por las mañanas estudiaba y por las tardes les ayudaba en la parada descargando sacos, limpiando y haciendo pedidos, para ganarse un dinero y pagar el poder dormir en su casa.

—¿Progresó?

—La vida de mi padre es de una progresión imparable. En esas primeras escuelas sacó notas excelentes pero un problema de filiación con sus apellidos durante la guerra le creó dificultades administrativas en la Facultad de Medicina de Barcelona, en la que no pudo estudiar. El disgusto fue enorme. Casi se mete a cura. Llegó incluso a pasar por el seminario para estar cerca del estudio y la cultura.

—¿Cuándo se inicia en el mundo de la música?

—Cuando gracias al ánimo y a la mediación de sus tíos decide pasar página y ponerse a trabajar. Comenzó de viajante, lo que hoy en día se conoce como vendedor o comercial, en el catálogo La voz de su amo de EMI, con una maleta de cuarenta kilos (había que meter en ella los long-plays y singles para muestra) de tienda en tienda. Ya muy mayor seguía recordando los números de las referencias de los discos de The Beatles, por la cantidad de discos que llegó a vender, y lo mucho que ganó en las comisiones. Era un hombre muy guapo que derrochaba simpatía. En la empresa le decían: Tú no estarás aquí mucho tiempo.

MOVIEPLAY

—Y entonces llegó Movieplay.

Sonoplay estaba casi en quiebra y corrió la voz de que se buscaba a un valiente que la levantara. Ese fue mi padre. Nos fuimos toda la familia a Madrid. Eran años en los que el ímpetu y la capacidad se valoraban incluso más que la formación académica. Mi padre decía que había que neutralizar el peso del pasado empezando siempre de cero. Así que a sus treinta años se puso al frente de la empresa, la refundó pensando en futuro y la llamó Movieplay.

—No solo la levantó. Llegó a ser un referente en el mundo del disco en España.

—Creó el primer departamento artístico y de márquetin en una compañía discográfica. Se discutía todo y entre todos, desde el diseño de las carátulas del disco hasta la forma adecuada de impactar en el mercado. Se rodeó de los mejores. Entre ellos el gran Ramón Crespo, un genio de la publicidad cuando nadie en el sector la trabajaba. Fichó también a Carlos Guitart como jefe del departamento artístico, una pieza esencial del engranaje. Incluso puso a fotógrafos reconocidos en nómina en la empresa. Los salarios de los profesionales artísticos se pagaban muy bien entonces.

—Manuel Sancho tenía la última palabra en cuanto a los fichajes

—Eran tiempos en los que la industria del disco era poderosísima. Con los primeros gigantes multinacionales en una sociedad en la que internet era ciencia ficción. Para que un artista alcanzara la fama y triunfara mundialmente, era necesaria la figura del consejero delegado o director de sello. Aun con todo su equipo, ese cargo tomaba la decisión de publicar la obra de alguien absolutamente desconocido. Eso conllevaba invertir dinero. Esa responsabilidad recaía en la figura de Manuel Sancho.

—Siendo, además, autodidacta.

—Aprendía al tiempo que dirigía y crecía. Al preguntarle cuáles habían sido las negociaciones más duras de su vida, me citaba siempre a Moshé Naïm. Era un productor y mecenas venezolano de origen judío afincado en París. Representaba la obra de grandes artistas (algunos represaliados por sus gobiernos de origen), entre los que se encontraba un novel Paco Ibáñez, a quien Sonoplay y después Movieplay publicó sus primeros discos en España. De Moshé Naïm mi padre aprendió, desde la admiración y la relación profesional entre ambos, la fórmula del buen negociante.

—¿Cómo se consigue publicar la primerísima obra de Sílvio Rodríguez, Labordeta, Víctor Jara y Quilapayún, siendo consejero delegado de una empresa propiedad del Opus con sede en Madrid, y en una España aún bajo un régimen dictatorial?

—El consejo de administración de la empresa pertenecía al Opus. Mi padre consiguió resultados espectaculares. Comenzaron con Movieplay en un pisito de Madrid, convirtiéndolo con los años en un gigante de ventas. Era evidente que la izquierda vendía. Y mucho. Independientemente del sentir de mi padre (con decir que en casa teníamos un barquito al que le pusimos de nombre Ítaca, es suficiente), descubrió desde su alma empresarial que en esa España de finales de los sesenta, existían nuevas generaciones de público receptivas a la música para expresar su disconformidad.

LOLE Y MANUEL, CARLOS CANO, TRIANA

—Y comenzaron a grabar.

Él escuchó siempre todas y cada una de las maquetas que llegaban a la compañía. De ahí nacieron grandes referencias discográficas de todos los tiempos.

—Cíteme tres.

—'Nuevo día', el primer disco de Lole y Manuel, 'A duras penas', lo primerísimo de Carlos Cano, o 'El Patio' la primera grabación de Triana.

—¡Casi nada!

—Absorbía todo lo que se le cruzaba, siempre y cuando le pareciese bueno y rentable. Viajó a México y regresó con los discos de Chavela. Pasó por Cuba, pactó con el sello Areito y trajo a La Nueva Trova, editando en España los primeros discos de unos entonces desconocidos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Los de Alfredo Zitarrosa de Uruguay. Publicó a Violeta Parra y a Inti-Illimani. A Mercedes Sosa. También a Soledad Bravo. Y a Brassens. Era ecléctico en cuanto a gustos, y transversal en relación a los objetivos financieros de cada uno de sus lanzamientos. Editó el catálogo de la Motown y los álbumes de Diana Ross y de Barry White.

—¿Empresario y activista a la vez?

—Empresario con ideología, algo difícil de llevar en este país. Por eso al publicar 'Campanades a morts' que Llach compuso cuando la matanza de los jóvenes en Vitoria, a mi padre le llegaron problemas terribles. Hasta entonces él editaba los discos porque le gustaban, por lo que decían las letras y con la fe plena de que iban a dar dinero. Su obligación era traer dinero a la empresa. Y lo consiguió también con Aretha Franklin. Y con los tres primeros discos de María Jiménez.

—¿Qué ocurrió?

—Se multiplicaron las amenazas. Esta vez incluso de muerte. Mientras Franco vivía te llamaban ¡comunista de mierda! o ¡cerdo rojo!, pero estabas relativamente autorizado. Si llegaba el permiso y pasabas la censura, publicabas. Al morir el dictador, el ambiente se crispó. El conflicto se palpaba en la calle. Los guerrilleros de Cristo Rey llamaban a casa. Olía a golpe de Estado y a militares en la calle. Había miedo. Cundió el pánico entre los miembros, afines al régimen, del consejo de administración de la empresa por el catálogo artístico que tenían. Se limpiaron las manos llegando a un acuerdo para que mi padre dejara el cargo y regresara a Barcelona.

MONT-MARÇAL

—El alma empresarial de la que me hablaba viajó a Barcelona con él, intacta.

—Había comprado la Finca Manlleu en el Penedés para el veraneo, y se fijó en que tenía viñas. Comenzó a vender la uva. Ganaba poco dinero y se desencantó. Así que decidió hacer su propio vino aunque fuera para regalar a los amigos. Ese día nació Mont-Marçal.

—¡Nadie lo hubiera predicho!

—De nuevo formó el equipo, contrató a un enólogo y viajó al sur de Francia. Maravillado con el impacto de la campaña Le Beaujolais nouveau ets arrivé, el lanzamiento de un vino joven tinto, ¡decidió hacer lo mismo en el Penedés con un vino joven blanco!. ¡El primer vino novell del Penedés fue un Mont-Marçal!. El éxito deslumbró a todo el sector vinícola.

—Ya en Barcelona y con PDI grabó 'Ho sento molt' de Albert Pla, 'Gitana hechicera' de Peret, y los discos de Los Burros, junto a los primeros de El último de la fila. Una colección de auténticas bombas de relojería, de superventas.

—Lo llamaron del consejo de administración de Edigsa para que el sello levantara el vuelo. Cuando aterrizó, amplió el catálogo y lo dio a conocer rebautizándola con el nombre de PDI (Producciones Discogràficas Independientes). Recuperó a Gato Pérez, a la Dharma y a la Orquesta Platería. Estaba Doval de jefe de promoción, pilar fundamental del equipo junto a Santi Desongles en el área comercial, y Albert Rivas, en la financiera. A este último, mi padre se lo llevó después a Mont-Marçal. Con los años las bodegas eran un monstruo demandando dedicación exclusiva.

—Al final el vino ganó la batalla a los discos.

—Mi padre ganó la batalla a la vida. Se enfrentó con ella a modo de revancha cuando de joven no pudo estudiar medicina en la universidad por ser hijo de soltera, y la venció.

—Feliz año nuevo, Blanca.

Mientras conversamos corroboro que Blanca Sancho heredó el ímpetu de su padre. Es cautivadora su seguridad en el habla. El aplomo con el que evoca las vivencias de Manuel Sancho sobrecoge hasta tal punto que por momentos parece que estés escuchándole a él. Y no es extraña en esta mujer, la personalidad arrolladora que mezcla ternura y poder, mientras cuenta que con seis añitos pasaba los fines de semana asistiendo a las grabaciones de Labordeta en Madrid, sentada en un rinconcito del estudio, coca-cola en mano, guardando silencio. Descubriendo otro mundo, leyendo los cuentos de Astérix que Patxi Andión traía a su casa, en la falda del cantante, esperando a que sirvieran el pà amb tomàquet en la mesa.

Es la niña que iba al colegio en Madrid, protegida y con chofer particular en lugar del autocar y junto a los demás, consecuencia de la osadía y el atrevimiento laboral paterno. La que pasaba los fines de año en familia entre referencias discográficas y vinícolas. Es hoy la mujer que siguió unos años al mando de las bodegas y del legado de su padre. La que con el buen hacer heredado, consiguió que antiguos empleados formen parte hoy en día de su círculo íntimo de amistades. Y la que reivindica el papel imprescindible y tantos años en la sombra, de la que fue esposa y sostén emocional de Manuel Sancho, galardonando anualmente a mujeres escritoras con el Premio Marta de Mont-Marçal en honor a su madre.

A la salud, pues, de la familia Sancho, ¡feliz 2021!

 
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